No podría determinar a quién le debo mi admiración, por mi vida han pasado un sinnúmero de personas, todas dejando un poco de sí mismas, algunos dejando lo bueno, otros dejando lo peor, pero siempre despojándose de una parte de ellos. No soy más que un rompecabezas. 

Sin embargo, si tuviera que elegir, sería a mi abuelo materno. Un hombre trabajador, honesto y perseverante, lleno de sueños y metas cumplidas, una persona a quién la vida le arrebató parte de su luz y de su energía. Por años me ha inspirado su confianza en sí mismo, cómo solucionaba cualquier problema que se le presentara, cómo veía el mundo desde una perspectiva tan simple, cómo amaba con tanta pureza y cómo era su sentir, tan natural y genuino. Yo no conocí a mi abuelo, solo escucho los relatos que con amor mi madre siempre cuenta, de un hombre apasionado, que sacó adelante a su familia y que ganó casi todas sus batallas. 

Leí en una ocasión que todos llevamos cargas en nuestra espalda, cargas llenas de miedo, incertidumbre, desasosiego y caos; y que, a pesar de lo fuertes y sólidos que fuéramos, éstas cargas pesaban más con cada año de vida. Las cargas de mi abuelo eran muchas, no eran evidentes, así como tampoco lo era el peso que llevaban consigo. También cargo con ellas, existen días en los que la vida me pesa, mi corazón llora y la tristeza me invade, quizá en eso nos parecemos.  

No soy más que un rompecabezas, y él es una de las tantas piezas que lo componen.